La educación transforma vidas y sirve para consolidar la paz, erradicar la pobreza e impulsar el desarrollo sostenible.
Este mensaje nos lo transmite el Objetivo 4 de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible), que a través de la UNESCO tiene confiada la labor de llevar la educación a todos los lugares de la tierra antes del año 2030 (Agenda de Educación 2030).
Nadie duda en este sentido de que la educación es un derecho humano que sirve para mejorar nuestra vida y que por lo tanto, el acceso a una educación de calidad debe ser universal. Sin embargo debemos plantearnos una cuestión ¿Es lo mismo educar que aprender?
Esta reflexión nos la hace Moisés Naím en su sección dominical “El observador global” ofreciéndonos una serie de datos publicados en el Informe sobre el Desarrollo Mundial emitido por el Banco Mundial, que analiza el impacto de la educación en la población de los países más pobres.
El resultado es devastador y relaciona aprendizaje con desnutrición, absentismo, mala calidad del profesorado o falta de material escolar. Si nos paramos a pensar en ello es algo evidente, ¿Cómo se puede estudiar si los profesores no pueden llegar a las escuelas?, ¿Si los padres necesitan la mano de obra de sus hijos para sacar adelante a la familia? , ¿Si comen solo una vez al día?, ¿Si no tienen libros, libretas o lápices para escribir? Nos estamos engañando leyendo estadísticas que hablan de que se han producido importantes avances en la educación con relación a la mejora del acceso a todos los niveles educativos y con el aumento en las tasas de escolarización, sobre todo, en el caso de las mujeres y las niñas.
La realidad es otra que demuestra que en los países más pobres y a pesar de las estadísticas sobre escolarización, los niños y niñas no aprenden, van a escuela (los que pueden ir) pero los resultados no se perciben.
Haciendo frente a esta realidad, no se trata de crear planes educativos en los despachos de los burócratas, sino de abordar la educación de manera integral, con programas que comprometan a los gobiernos a educar y a medir el impacto de la educación, a mejorar la calidad de vida y a pensar a largo plazo en sistemas educativos que ayuden a terminar con el analfabetismo y mejorar el rendimiento académico de los niños y niñas que se merecen una vida digna.
La educación transforma vidas, no miremos para otro lado y en la medida de nuestras posibilidades ayudemos en esta transformación.
Fuente: El País