¿De qué hablamos cuando nos referimos a las fronteras? ¿Tienen sentido en el Siglo XXI? Estas dos cuestiones que nos plantea Moíses Naim en su sección del Observador Global me han hecho reflexionar sobre una posible revisión del escenario internacional.
Las fronteras no siempre han existido, en épocas de Imperios se movían constantemente dependiendo de las hazañas bélicas y de la fortaleza de los ejércitos, sin embargo hoy tenemos otros argumentos que deciden las soberanías de los Estados sin necesidad de acudir a las armas.
Construir muros no sirve de nada, tal como nos dice Naim, las guerras hoy en día no conocen las fronteras. Hoy en día las guerras se libran en el ciberespacio con un solo clic cruzando en segundos el planeta de un lado al otro sembrando el caos en nuestro ordenado universo. Se libran en las catástrofes naturales que producen el cambio climático, que no respetan países ricos o pobres, devastando a su paso todo lo que ha costado tanto construir. Se libran en las pandemias globalizadas que viajan de manera incontrolada.
A estas fronteras difusas hay que unir las de tipo legislativo que impiden que las personas puedan circular libremente en busca de una vida mejor, o simplemente atraídos por nuevos horizontes. El proteccionismo, los nacionalismos y los controles migratorios que tantas injusticias están causando no necesitan barreras físicas, basta con una orden o una ley para negar al hombre que nace libre instalarse en un lugar donde seguir viviendo.
Debemos por tanto repensar lo que funcionó durante un tiempo y buscar nuevas salidas que obliguen a los dirigentes políticos a aplicar en términos político la “glocalización” (pensar globalmente actuando localmente) que tanto se ha utilizado para la economía.
Para ello debemos dejar de pensar en primera persona y hacerlo en términos de humanidad. Se trata de trabajar por la sostenibilidad del planeta, no pensando solo en lo que es bueno para mi país. Por una economía justa que respete los derechos de todos los trabajadores, no solo para mis nacionales. En definitiva, permitir que todos los seres humanos tengan acceso a los derechos básicos como son la salud, la educación y la igualdad, aunque para ello tengamos que sacrificar parte del bienestar del que disfrutamos sólo por haber tenido la suerte de haber nacido en esta parte del planeta.