Viajar por el mundo durmiendo en un sofá prestado y a cambio preparar de cena unas tapas; ir en coche al lugar deseado compartiendo vehículo; acceder a documentos científicos de forma inmediata y gratuita; conocer ciudades nuevas de la mano de un ciudadano; estudiar en Harvard gracias a un MOOC (cursos abiertos masivos on line); evitar accidentes reportando puntos negros de tráfico; compartir el lugar de trabajo… Estos son sólo algunos ejemplos de un mundo nuevo (o no tan nuevo) que se está abriendo de forma imparable, sin retorno y que cambiará nuestras vidas.
En junio tuve la oportunidad de asistir al Foro Impulsa, organizado por la Fundación Príncipe de Girona, centrado en promover todas aquellas formas de colaboración que contribuyen a transformar la sociedad actual hacia un modelo abierto y colaborativo. Allí expusieron sus ideas sobre la economía colaborativa personas poco sospechosas de ser revolucionarias, como el expresidente del Banco Mundial, James Wolfensohn; el consejero delegado de Repsol, J.J. Imaz, o Jimmy Wales, fundador de Wikipedia.
En el foro pudimos aprender y comprender que, por un lado, este movimiento no podría subsistir sin internet, que le da la base tecnológica y hace posible la conexión entre las personas. Pero, por otro lado, existe un elemento aún más importante que lo posibilita, que es la mentalidad colaborativa. Una mentalidad abierta y generosa; una concepción del ciudadano como ser que interviene en su entorno y es capaz de cambiar el mundo. Se trata de pensar que poseer no es un fin en sí mismo, y que, en vez de tener, se conjugan otros verbos más deseables, como compartir, colaborar, prestar, cambiar, cooperar o participar.
Se trata de un movimiento imparable y revolucionario, pero también sensato, ya que promueve un uso més eficiente de los recursos: ¿para qué quiero un coche que no utilizo más de un 10% de días al año? ¿Por qué comprar miles de piezas de Lego si puedo alquilarlas? Pues decido compartir. De esta manera aumentamos la eficiencia en el uso de los recursos, extendemos el acceso a los servicios y productos, reforzamos el tejido social y disminuimos el consumismo. Como se puede comprobar, tiene muchas ventajas y muchos elementos que harán que muchos, sobre todo los jóvenes, se unan con entusiasmo a esta corriente.
Sin embargo, no deberíamos cerrar este artículo sin abrir una puerta a la crítica. La economía colaborativa, ¿es realmente siempre generosa y altruista? Se trata de un sector potente, con sus intereses económicos, inversores poderosos, y empresas fuertes, algunas de las cuales se están convirtiendo en multinacionales importantes. Sólo el tiempo puede respondernos y ya veremos cómo evoluciona el sector. De momento, todo está por crear. Sin pedir permiso.
Fuente: La Vanguardia, 4 de octubre de 2014