Eurozona: la amenaza fantasma

La persistente atonía en el crecimiento de la eurozona que revelan los últimos datos trimestrales publicados por la Comisión Europea, así como las alertas que ha generado en diversos foros el abultado superávit exterior alemán (6% del PIB) son algunos de los síntomas inequívocos que evidencian la existencia de dos mundos paralelos en la Unión Monetaria Europea (UME).

Esta dualidad se sustenta en cuatro argumentos inconsistentes que hacen esas diferencias irreconciliables, comprometiendo seriamente el futuro de la eurozona.

1. El origen fiscal de la crisis

La base de este planteamiento radica en la visión (política) del problema por parte del core o núcleo central de la Eurozona, encabezado por Alemania, Austria, Finlandia y Holanda. Desde esta perspectiva, el despilfarro de recursos y la falta de rigor presupuestario en los países periféricos de la UME (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España) ha terminado generando un nivel de endeudamiento inasumible por los Estados y situando por momentos al conjunto de la zona euro al límite del colapso.

En este contexto, aparentemente, solo es posible contener el aumento exorbitante del déficit presupuestario, frenar el creciente endeudamiento del Estado y sobre todo evitar el default de la deuda pública mediante medidas de austeridad fiscal.

Sin embargo, esta percepción, excepto para el caso de Grecia, es errónea. No hay crisis financiera sin una expansión crediticia previa: la crisis de la zona euro tiene su origen en el flujo de crédito (sin mesura) desde los países core de la eurozona con capacidad de financiación hacia los países de la periferia con necesidad de financiación. Por eso, la crisis de la UME es fundamentalmente, y al margen de otros problemas estructurales, una crisis de deuda privada asociada al apalancamiento excesivo de familias y empresas (financieras y no financieras).

La asunción (explícita o implícita) de unos pasivos bancarios contingentes por parte de los Estados explica, a partir de 2010 y tras el estallido de la crisis de la deuda griega, la escalada del endeudamiento público.

2. “Ajustar para crecer”

Una crisis por endeudamiento excesivo (de familias, empresas privadas y, en menor medida, de Administraciones Públicas) sólo se puede resolverse con un proceso largo y costoso de desendeudamiento.

Pero el orden en que se lleva a cabo el proceso de desendeudamiento importa. Cuando las autoridades económicas optan por una estrategia de “ajustar para crecer”, la secuencia de ajuste se inicia en el sector público, continúa con el sector financiero, para finalmente sanear la posición financiera neta de empresas y familias, la duración y costes del deleveraging suelen ser notablemente superiores a cualquier otro caso, porque fuerza la contracción simultánea en el tiempo y el espacio del consumo y la inversión, pública y privada.

Una publicación reciente de la Comisión Europea estima que la política fiscal restrictiva ha comportado entre 2011 y 2013 pérdidas acumuladas de la producción iguales al 18% del PIB en Grecia, 9,7% en España, 9,1% en Francia, 8,4% en Irlanda e incluso del 8,1% en Alemania.

3. Demanda externa paradigma del crecimiento en la zona euro

Desde la perspectiva alemana, el superávit de la balanza por cuenta corriente de un país es un reflejo de su grado de competitividad internacional; sin embargo, ese superávit también supone (y es lo que no se reconoce) un reflejo de un exceso de la oferta nacional con relación al gasto interno.

Por ello, el superávit exterior (exceso de oferta interno) de Alemania constituye una “política de empobrecimiento del vecino” (beggar-the-neigbour-policy) porque el crecimiento de sus exportaciones se hace a costa de importar aquella demanda (de los países de la periferia) que no puede generarse internamente.

La conjunción de una tradición exportadora irrenunciable, la necesidad de desendeudamiento de empresas y familias y la práctica de políticas fiscales restrictivas coartan cualquier posibilidad de recuperación de la demanda interna en los países periféricos y supeditan la totalidad del ajuste al estímulo de la demanda externa.

Pero en la medida que la idiosincrasia de los países core de la UME no permite absorber el gasto de unas mayores importaciones procedentes de los países periféricos, el aumento de las exportaciones debe hacerse fuera de la zona euro. En consecuencia, los desequilibrios en el interior de la zona euro persisten a costa de exportarlos al resto del mundo.

El problema se agrava porque, en ausencia de una política monetaria lo suficientemente agresiva como para aceptar la devaluación (externa) del euro, la mejora de la competitividad internacional pasa por una devaluación (interna) propiciada por la caída de los salarios (la otra cara de la mejora de la productividad en países como España). Estimular las exportaciones al resto del mundo por esta vía impone unos costes en términos de deflación, caída de la producción y aumento del paro superiores a los que se darían en otras circunstancias.

4. Bail-out del BCE, mutualización de la deuda y riesgo de inflación

Dada esta tesitura, resultaría más razonable confiar en que la caída del consumo y la inversión privada derivada del proceso de desendeudamiento pudieran ser contrarrestadas por el aumento del gasto público (consumo e inversión pública), lo que implicaría la necesidad de practicar políticas presupuestarias expansivas.

El problema de este planteamiento reside en que un país de la periferia no puede adoptar una política fiscal discrecional para estimular el crecimiento. Sin embargo, esta dificultad podría salvarse si se permitiese que, por una parte el BCE desempeñase un papel activo como prestamista de última instancia y al mismo tiempo se creara un instrumento financiero común al conjunto de los Estados de la zona euro: los eurobonos.

Pero el riesgo presupuestario que comporta la mutualización de la deuda pública de los países de la UME y el temor a que la compra sistemática de deuda soberana pueda desencadenar una potencial espiral inflacionista ha limitado esta posibilidad.

Pero al mismo tiempo, esta prevención en materia inflación, paradójicamente, está empujando a la eurozona hacia una trampa latente de deflación (a la vista de la tasa interanual del 0,8% del IPCA), que además eleva el valor real de la deuda privada y pública dificultando su restitución.

Toda esta colección de argumentos erróneos y falacias está impidiendo reconocer la verdadera dimensión de los problemas que afectan a la eurozona. Ante esta realidad paralela las perspectivas de un futuro esperanzador se desvanecen, condenando al conjunto de la UME a un período de bajo crecimiento, deflación persistente y paro masivo (especialmente en los países de la periferia), que en el límite puede acabar precipitando la quiebra del euro. El fantasma de la Europa a dos velocidades renace.

Joan Ripoll
Fuente: www.voceseconomicas.com, 3 de diciembre de 2013

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