Mn. Jaume Brufau i Prats: el hombre y la institución

El pasado 2 de abril falleció el consiliario y capellán de nuestra universidad Mn. Jaume Brufau i Prats. Como el rector, Dr. Carlos Pérez del Valle, señaló en la semblanza publicada días más tarde en La Vanguardia, Brufau se podía incluir dentro de esa categoría de personas que “son manifestación viva del carácter de ciertas instituciones”. Hasta los últimos meses de vida, fue una figura capital en la vida de la Universitat. Profesores, alumnos y personal tenían en él un punto de referencia, una persona implicada en todos los asuntos que afectaban a la institución y a las personas que en ella conviven.

Además de la persona, del hombre de fe, con la muerte de Brufau, la Universitat pierde también a un significado jurista. Discípulo de Francisco Elías de Tejada, desarrolló su pasión por la investigación y el pensamiento en el campo de la Filosofía del Derecho, cuyos márgenes amplió gracias a completísimos estudios de autores tan diversos como Sartre o Pufendorf. Sin embargo, el centro de su fascinación intelectual se situó en la producción de la Escuela de Salamanca, afinidad que tampoco debe extrañar si se atiende al dato de que fue precisamente en la Universidad de Salamanca donde obtuvo su primer doctorado, el de Derecho –el segundo sería el de Ciencias Políticas por la Universidad Laval. (Québec. Canadá)-.

La Escuela de Salamanca fue una pasión que le cautivó en la juventud y que ya nunca abandonaría. Obras tan fundamentales como ‘Concepción filosófico-jurídica del poder en Domingo de Soto’ (Salamanca, 1958), ‘El pensamiento político de Domingo de soto y su concepción del poder’ (Salamanca: Usal, 1960)  o ‘La Escuela de Salamanca ante el descubrimiento del Nuevo Mundo’ (Salamanca: San Esteban, 1989) evidencian esta dedicación y su contribución decisiva a una mejor comprensión de la trascendencia de la obra de unos juristas que se vieron ante el reto de dar ¡respuesta a las realidades que venían del Nuevo Mundo y réplica a los desafíos de la Reforma. La propia Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de la que Brufau formaba parte, lo galardonó por sus aportaciones en esta materia.

En la necrológica citada al comienzo de este texto, Pérez del Valle, termina aludiendo a la “fidelidad de Brufau con su vocación. Una vocación riquísima en la que se fundía el sacerdote entregado a la Iglesia con el investigador deslumbrado ante la perspectiva de su tarea”. Pocas veces fue tan legítima la nostalgia, pues la Universitat ha perdido al hombre y a la institución. Su obra, que permanece, permitirá, al menos, renovar permanentemente la admiración por el gran jurista que también fue.

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